SiempRe HaY cApUlloSss

SiempRe HaY cApUlloSss

martes, 7 de junio de 2011

CRóNicAs de SaN mARTÍn Parte 1

En agosto del 2009 llegué a vivir a la mágica ciudad de San Cristóbal de las Casas. El inicio de esta experiencia fue bastante solitario, como siempre lo es llegar a vivir a un lugar nuevo; sin amig@s, sin lugares preferidos, sin saber dónde se come barato pero rico,  en fin… sin saber muchas cosas pero con toda la disposición de vivir nuevas experiencias, con toda la emoción, la expectativa, la duda, la confusión, la búsqueda.
Sí, yo llegué a San Cristóbal “buscando sin buscar” y debo decir que la soledad fue mi mejor aliada, pues sin ella, tal vez no hubiera llegado a dónde llegué y conocido a l@s que conocí.
 Vivía en una pensión en el centro donde tod@s trabajaban, difícil hacer nuevas amistades, hablaba sólo lo necesario,  o sea, “buenos días”, “buenas noches” y demás frases cordiales. Ni pensar en conocer a la gente de la facultad, pues con el teatro de la influenza, las vacaciones se alargaron un mes más.  Me dediqué entonces a dibujar, a dar paseos por los alrededores, hasta me empecé a tejer una bufanda; me gustaba dar caminatas nocturnas o ir a sentarme a “la Cruz” a ver a la gente pasar.
Disfrutaba de verdad esas caminatas, en donde podía observar, oler, ver y vivir el mundo indígena, mestizo y europeo, con su mezcla de colores, lenguajes, fenotipos, actitudes y costumbres. Sólo me faltaba un pequeño empujón para terminar de sentirme como pez en el agua.
Fue en una de esas caminatas en donde un buen día me topé con  M, un personaje de San Cris que solía usar un pasamontañas de gorro decorado con plumas, el decía que las plumas las usaba porque representaban la “libertad de sus pensamientos”. Bueno, el caso es que M me dijo “hola” y yo, que llevaba  como dos semanas sin cruzar palabra con alguien, le respondí contenta con un “hola” también.

M y los Lagos de Montebello.


No profundizaré más en este primer encuentro, el chiste es que ahora tenía un nuevo amigo que me invitó mi primer ponche con posh y prometió llevarme a explorar los recovecos de la ciudad-pueblo y más allá. La verdad es que al principio M me asustó un poco con su aspecto locuaz y con la forma de acercarse a mí, pues M es ya un señor y claro que en algún momento pensé que era “un cazador de muchachitas solas”, pero dejé mis prejuicios a un lado porque algo dentro de mí me decía que este M era bueno para mí y la verdad es que sí, desde que conozco a M siempre me ha cuidado y se ha convertido en un buen amigo, yo ahora le quiero muchísimo.
Me conseguí una bicicleta usada, fue todo un “show” encontrarla, por lo que terminé comprándola a pesar de que tenía las llantas más que gastadas. Tenía ahora mi medio de transporte y estaba contenta. Como M era mi único amigo, se la fui a presumir enseguida y él me dijo que se conseguiría una para que fuéramos a dar un paseo y yo conociera más allá del centro (bien europeizado por cierto). Total, salimos los dos a pasear y para no hacer más larga la historia, las llantas de mi bici no aguantaron la terracería, se me poncharon por ahí… en Molino Utrilla.
M me dijo que no me preocupara, que iríamos a casa de una su amiga que vivía cerca y que podía dejar la bici ahí y después pasar por ella. Caminamos un poco y llegamos a una callecita y tocamos en una puerta de colores; nos abrió K, con esa sonrisa grande que tanto la caracteriza.
En cuanto crucé la puerta sentí un no sé qué y ante lo que vi, sólo pude pensar: “yo quiero vivir aquí”. Montón de colores en esa cabañita de madera rodeada de árboles de durazno, alejada de lo sobrepoblado del centro, de la máscara de San Cristóbal.
Entramos a la cabañita y K estaba sentada en medio de un desmadre, sí, así literal, papeles y papeles sobre una mesa grandota de madera y ella ahí con cara de media preocupación, “crisis económica” dijo. Pues sí, K necesitaba algo que le hiciera paro, buscaba alguien que quisiera compartir gastos para darse una ayudadita y poder mantener a su “Camino Luminoso”. K también necesitaba a alguien que le gustara trabajar con niñ@s, pues la cabaña era una ludoteka-casa.
Escuchando todo eso, me sentí como caída del cielo para K (porque yo quería vivir ahí, porque la idea de trabajar con niñ@s me agradaba y además, ya lo había hecho antes) y encontré ese empujoncito que me faltaba. Le dije de inmediato “yo puedo vivir aquí”.
 Y así fue, en cuanto se terminó  el mes me salí de la pensión con todas sus comodidades y me fui a vivir a la periferia. La dueña de la pensión me dijo: “ten cuidado, por allá arriba son zapatistas”. ¡Qué bueno!, encontré lo que estaba “buscando”.
Al poco tiempo de llegar a vivir a San Martín, llegó A,  voluntaria alemana con cara de no romper un plato pero que conforme pasaron los días, nos dimos cuenta que no era así, estaba “loca” como tod@s en esa casa. Entre K y yo comenzamos a abrir la Ludoteka tres veces por semana, en un horario de cinco de la tarde a ocho de la noche.

La Ludoteka, la casa de San Martín, mi bici...

 Tratar de escribir todo lo que significa para mí haber llegado a vivir a San Martín es muy complicado, el corazón se me llena de alegría y también de nostalgia, definitivamente en tan poco espacio no puedo terminar de expresar todo lo que esta experiencia fue y sigue siendo en mi vida. 

Continuará...