SiempRe HaY cApUlloSss

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miércoles, 29 de diciembre de 2010

CoRazÓn EmPaNiZadO

¿Desilusión?, ¿decepción?, ¿nostalgia?, ¿melancolía?, ¿tristeza?, ¿hastío?, ¿fastidio?... sí, Teresa sentía todo esto y no había forma de que lo pudiera ocultar. Caminaba jorobada, se bañaba cuando la comezón en su cuerpo era insoportable y desde “aquel día” siempre vestía de gris.

No había más color en las mejillas de Teresa y mucho menos brillo en sus ojos, ella ahora era bien dispersa, no sentía interés por nada y  la música de los Looney Tunes ocupaba su cabeza la mayor parte del tiempo, simplemente, “se desconectaba”. Tenía dolor en el pecho, de ese dolor que pesa y se siente vacío, también perdió el habla, pues los nudos en la garganta no le permitían emitir sonido alguno.

 Día, noche, día, noche, ¿tarde?… igual, todo igual. “El tiempo cura” le habían dicho, pero a estas alturas Teresa sentía que eso más bien era filosofía barata y que algo tenía que hacer antes de que se desconectara para siempre. Era momento de tomar medidas drásticas.

Tic-tac, tic-tac, tic-tac… Teresa sentadita ahí en ese sofá rojo en un rincón de la sala, pensando, ideando, ¿cuál era la mejor forma de terminar con todo eso?. Una hora, dos horas, tres horas ¡¡¡taráaaaaaaaaaaaannnnnn!!!, ¡por fin! había encontrado la solución. Se puso de pie y con paso lento pero firme caminó hacia la cocina de su apartamento -bien obscuro por cierto- y abrió la alacena, de ahí sacó una bolsita con pan molido, un pimentero, sal de ajo y canela.  Acto seguido, cogió dos huevos y leche del refrigerador. “Manos a la obra” pensó.

Teresa estaba a punto de cocinar un suculento y exótico platillo, para ello preparó una de sus ensaladas favoritas y abrió una botella de su vino tinto preferido. Ahora venía la parte más difícil de todas: preparar el plato fuerte, el especial, el que hace que todo en  unos pocos minutos se convierta en un batidillo y la cocina se ponga de cabeza de todo el desmadre que se arma ahí.

En menos de lo que canta un gallo se bebió la mitad del vino, no es que quisiera estar borracha, simplemente “se estaba dando valor” o como ella prefería decirlo “se estaba inspirando”. Buscó su mejor cuchillo, el más filoso, el letal, y una vez que lo encontró supo que no había marcha atrás y procedió. Fue rápida y precisa, un corte por aquí y un corte por allá, después llenar ese hueco con un montón de trapos, para evitar los escurrimientos carmines.

¿Qué si le dolió?,  ¡no tienen idea, casi se muere del dolor!, pero bueno, ella de antemano lo sabía y aún así se arriesgó, menos mal, porque de lo contrario iba a morir agonizando en la tristeza. Todo su cuerpo temblaba y había adquirido una palidez parecida a la de un muerto.

Teresa se había sacado el corazón.

Colocó su corazón en un plato y en lo que se enfriaba “la cosa”, se dirigió al baño para suturar la herida. El trayecto de la cocina al baño se le hizo eterno, a pesar de sentirse tan ligera sin ese corazón enfermo. Frente al espejo, comprobó que la herida era grande y también la pérdida de sangre.

Cosió la herida con cuidado, pues sabía que las cicatrices que ésta dejaría serían de por vida y quiso convertirlas en algo agradable. Quería que al mirar su pecho, se le dibujara una sonrisa y no una mueca de asco o de tristeza, aquellas cicatrices serían la constancia de un profundo sufrimiento y de un intenso dolor, sin embargo, eso no tenía que ser algo horrible, al contrario.

 Ya suturada, Teresa regresó a la cocina para preparar su corazón, había decidido empanizarlo. Mezcló el huevo con la pimienta, la sal de ajo y la canela y sumergió ahí su corazón, después lo revolcó en el pan molido y lo puso a freír en un sartén de teflón. “Pa que no se pegue” pensó.

Así, en la soledad de su apartamento, Teresa se permitió por primera vez “desde aquel día”, saborear su desilusión, su decepción, su nostalgia, su tristeza, su melancolía, su hastío y su fastidio; decidió que aunque el proceso había sido doloroso, esto era mucho mejor que tener a los Looney Tunes como fondo musical en su cabeza y que probablemente la frase esa de “el tiempo cura”, no era del todo falsa.

Teresa y su vino preferido, su ensalada favorita y su corazón empanizado. Al menos, ahora todo era “más digerible”.

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